miércoles, 20 de julio de 2016

Modernización de la empresa y sindicato del futuro

Texto de la conferencia en la Universidad Pablo de Olavide en Carmona el 19 de Julio pasado.

Joaquím González Muntadas - Director de Ética Organizaciones SL

“Nos hemos vuelto rápidos, pero nos hemos encerrado. La misma máquina que nos proporciona abundancia nos deja desprovistos. Nuestro conocimiento nos ha vuelto cínicos y nuestra inteligencia duros y egoístas. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que máquinas necesitamos humanidad; más que inteligencia, necesitamos amabilidad y gentileza. Sin estas cualidades, la vida se volverá violenta y estaremos perdidos” (Charles Chaplin. Discurso del barbero judío en El gran dictador)

Quiero agradecer a la Universidad Pablo Olavide y a CCOO la invitación a  participar  en este curso y la posibilidad de poder compartir algunas reflexiones sobre el mundo del trabajo, sus cambios y los retos del sindicalismo,
Me referiré a la empresa,  a los cambios tecnológicos, organizativos, y en las formas de gestión que, durante más de dos siglos, han ido modificando las formas de producir, las condiciones de trabajo y de vida de las personas y, por tanto, la política organizativa y programática de los sindicatos en todo el mundo.
Una disciplina en nuestro país, la referida a la organización del trabajo y sus cambios en la gestión,  de las menos analizadas y debatidas por el sindicalismo y los expertos en relaciones laborales y sindicales. La mayoría de publicaciones, estudios, reflexiones y alternativas, giran, casi exclusivamente, sobre la legislación laboral y sus sentencias judiciales. Encontramos muy poca investigación, literatura, seminarios o jornadas, sobre organización y condiciones de trabajo, o sobre la relación del trabajador con su puesto de trabajo. Lo que podría ser una,  entre otras muchas, de las razones por las que la mayoría de la sociedad, como también una parte importante de las y los trabajadores, vean, perciban e identifiquen a los sindicatos mucho más por su presencia y poder en el ámbito institucional y en la calle que por su actuación en la empresa, aunque esta sea mucha e importante.
Sabemos que estamos viviendo profundos cambios en el mundo de la empresa y del trabajo de la mano de la innovación tecnológica y de las nuevas formas de gestión empresarial. Que ya está aquí la Cuarta Revolución Industrial por el impulso de la digitalización, la Industria 4.0 con Internet de la cosas, los sensores, el Big Data, la inteligencia artificial, los algoritmos, los sofisticados robots etc., Cambios que nos dibujan una nueva realidad, un nuevo paradigma, con sus ventajas e inconvenientes, lleno de incertidumbres sobre el futuro del trabajo y de incógnitas sobre el papel que sabrá o podrá jugar el sindicalismo.
Hablamos de innovación y tecnología, que durante siglos han empujado un permanente incremento de la productividad con nuevas máquinas, nuevas energías y nuevas formas de organizar el trabajo. Lo que es en definitiva la constante búsqueda de hacer lo mismo, o más y mejor, con menor coste y menos mano de obra.
Cambios tecnológicos y en la organización de la empresa que han determinado desde finales del siglo XVIII la relación individual y colectiva de los trabajadores. Primero impulsados por las revolucionarias maquinas movidas por la energía del vapor. Luego, a partir de mediados del siglo XIX, por nuevos mercados, con nuevos medios de transporte, nuevas materias primas. Con el inicio de la industria química, el acero, la electricidad, el gas y el petróleo, etc., etc.
Cambios determinantes, búsqueda permanente de incrementos de productividad, como el que representó el nuevo sistema de dirección científica del trabajo que se experimentó en aquella empresa dedicada a la fabricación de aceros en la ciudad de Filadelfia, donde iniciaba las prácticas laborales un joven ingeniero, llamado Frederick W. Taylor, que llegó a la conclusión de que los obreros trabajaban a un ritmo lento, porque, si producían más, entendían que la dirección prescindiría de una parte de ellos.

Taylor estudió las tareas, la maquinaria, las herramientas, los movimientos que debían ejecutar los trabajadores, así como el tiempo invertido. El resultado constituyó el origen de la dirección científica del trabajo, una auténtica revolución que se extendió en el espacio y en el tiempo hasta nuestros días. Con la fabricación en masa, en grandes concentraciones industriales, lo que impulsó lo que hemos conocido como el fordismo y el taylorismo. 

Curiosamente, ya entonces se defendía, con argumentos muy parecidos a los que hoy se oyen por parte de sectores que se definen como “modernos” en la gestión de las empresas,  que los sindicatos ya no eran necesarios para representar los intereses de los trabajadores, porque con el nuevo sistema de gestión taylorista estos intereses eran los mismos que los de su empresario. Así nos lo documenta José Manuel Rodríguez Carrasco (Taylorismo: La revolución mental que llega a Europa. UNED 2015) a partir de uno de los primeros escritos de Taylor sobre los sindicatos en 1895: “los sindicatos han prestado un gran servicio no sólo a sus miembros, sino a toda la comunidad, acortando las horas de trabajo y modificando las duras condiciones de trabajo, así como mejorando el salario de sus miembros…. Quien esto escribe cree que el sistema de regular salarios y condiciones de trabajo de todos los trabajadores mediante acuerdos de sindicatos y empleadores es inferior al plan de estimular la ambición de cada empleado de acuerdo con su valía personal”.

Me he detenido en el taylorismo antes de referirme a la nueva empresa de hoy porque durante décadas ha sido la cultura predominante, la que ha determinado el código de las relaciones laborales e industriales. En ella el sindicalismo ha hundido sus raíces durante décadas y ha determinando su política, sus formas de organización y de dirección. Una cultura empresarial que aún está presente con fuerza en muchas de nuestras empresas en las que se mantiene la estricta división entre quienes piensan y quienes producen, en las que se mantiene la férrea jerarquía que preside su organización del trabajo y en las que el código de relación es la uniformidad, la rigidez y el autoritarismo. En ellas la flexibilidad es sinónimo de trabajo precario y desregulación.

Un sistema, el fordismo y el taylorismo, al que aún responden también la mayoría de nuestros convenios colectivos e incluso la mayoría de las plataformas sindicales para la negociación colectiva. Se trata de una expresión de las dificultades del sindicalismo a la hora de leer, entender y adaptarse a los cambios surgidos en aquellas empresas y sectores que hace ya más de dos décadas, de la mano de la electrónica, la informática, las tecnologías de la comunicación y la información,  empujadas por la globalización de los mercados, han dejado atrás la vieja empresa que  diseñó el ingeniero de Filadelfia.

Pero se han producido cambios profundos, que a partir de los años 80 han aportado los sistemas de automatización, informática y la entrega just-in-time; que han generado nuevos sistemas de gestión empresarial y organización del trabajo que agilizaron el almacenaje, la manipulación, el empaquetado, la distribución y la logística; que han permitido construir nuevas plantas de producción, en muchos casos más parecidas a un quirófano que a una fábrica, para producir productos alimentarios, farmacéuticos, televisores, planchas de acero, etc. Nuevos procesos productivos en refinerías, petroquímicas, fábricas de automóviles y altos hornos, en cuyas salas de control trabajadores de limpios uniformes leen gráficos y operan con ordenadores y equipos electrónicos para controlar las plantas.

Todo bajo el nuevo orden que ha modificado los viejos sistemas de organización del trabajo, las funciones y las competencias en el trabajo, la jornada y el salario. Que ha cambiado hasta la visión misma de las relaciones laborales. Me refiero a la FLEXIBILIDAD, que es, junto a la diversidad presente en los centros de trabajo, la diferencia principal con el viejo modelo fordista y taylorista.

Se trata de una nueva empresa que, sobre el papel, insisto sobre el papel, entiende que las personas, a diferencia del “trabajador, gorila amaestrado del fordismo”, son el activo más importante, Una nueva empresa que aspira a contar con un trabajador más implicado en el proyecto empresarial, más comprometido con la misión, la visión y los valores de la empresa. Una empresa que, al menos sobre el papel, se declara más democrática y menos jerárquica.

Un cambio radical en la organización del trabajo frente aquella consideración de hombre-máquina. Nuevas estructuras organizacionales dirigidas a implicar al trabajador con propuestas de desarrollo de su potencial humano y profesional flexible. Centradas en promover su capacidad de adaptación para que gane en polivalencia, para que pueda asumir diversas funciones según las necesidades productivas de la nueva lógica de movilidad horizontal, en lugar de la tradicional progresión profesional del pasado, ascendente vertical.

Nueva gestión de los recursos humanos unida a la constante búsqueda de reducción de costes laborales por medio de la deslocalización, la externalización de partes de la producción, la subcontratación de procesos, con el objetivo de eliminar todas aquellas funciones y puestos que se considera que no reportan un valor económico directo.

Una nueva organización del trabajo en la que “saber aprender” es el factor decisivo para ganar competitividad, en la que el éxito depende, cada vez más, de la utilización optima de las personas y de la capacidad de incorporar creatividad colectiva al servicio de un proyecto y en la que la forma de organización del trabajo es un importante valor añadido.

Una nueva empresa postfordista que al sindicalismo le ha costado entender, en la que le resulta difícl intervenir, y por ello afiliar, organizar y representar, particularmente a determinados colectivos de trabajadores y trabajadoras. Una empresa en la que el sindicato tiene que competir con la nueva función de los departamentos de RRHH, antes directores de personal, ahora en muchas de ellas Dirección de Personas y Talento, que han pasado a asumir de forma muy proactiva la función de gestionar la diversidad intentando implicar y vincular al conjunto de las y los colaboradores (trabajadores ayer) con los objetivos, los valores y la cultura corporativa de la empresa.

Una empresa con nuevos valores, llena de diversidades en el sentido más extenso del término, en edades, turnos, género, contratos de trabajo, horarios, salarios, etc., en la que el sindicalismo tiene  en muchas ocasiones  serias dificultades para encontrar su espacio. Porque muchas veces se han difuminado aquellos roles sociales que expresaban con nitidez la identidad del trabajo, cuando el sindicato era la máxima expresión de la representación y defensa de los intereses de unas personas con el mismo salario, que entraban y salían todos juntos del trabajo, cuando las fronteras entre el “ellos, la empresa, y nosotros” eran nítidas y profundas.

Una realidad que ha provocado, que el sindicalismo se haya resignado en demasiadas empresas a vivir al margen de los colectivos más cualificados, renunciando a representar a esos trabajadores y trabajadoras para los que su proyecto profesional es muy importante y que consideran, desde el primer día de trabajo, que es desde la relación individual con la empresa como pueden defenderla de manera más eficaz, fuera del colectivo que representa el sindicato. De igual forma que en no pocas ocasiones el sindicato considera a estos colectivos, que en muchas ocasiones representan más del 50%, como “empresa”, como si fueran aquel reducido número de encargados y capataces del viejo fordismo. Un prejuicio que las empresas cultivan y alientan de mil amores.

Pero la pregunta que nos podemos hacer es: ¿cuál es futuro del sindicato en esa  empresa donde no es extraño leer u oír en sus reuniones, aulas de formación o seminarios, afirmaciones como ésta o muy parecidas?: “La empresa entiende y comparte que ahora, para tener éxito y ser excelentes, no basta con contratar manos. Hay que contratar buscando el compromiso de las mentes y los corazones”. Tan radicalmente diferente de aquella famosa expresión de Henry Ford: «Cómo es que cuando quiero un par de manos también me traen un ser humano»,  que definía la esencia del fordismo.

¿Cuál es el futuro del sindicato en esa empresa en la que la diversidad y las singularidades del capital humano se declaran como un activo más? ¿En la empresa donde se han incorporado nuevas formas y estilos participativos y han puesto en marcha nuevos métodos de comunicación directa con sus empleados? ¿En la que se explotan las redes sociales internas, "robándole" al sindicato una parte del monopolio que tenía en las funciones de informar y consultar a sus representados para, por ejemplo, dar a conocer una iniciativa o recabar la opinión de los trabajadores sobre sus preferencias en relación con el calendario laboral, la elección del proveedor de la cafetería, las quejas o sugerencias para la prevención de riesgos laborales, etc, etc.? Son nuevas formas que la empresa implementa directamente, muchas veces a pesar de la incomodad o incluso el boicot del sindicato, desde foros internos como el portal del empleado, la Intranet, o desde el grupo de WhatsApp que dirige el Departamento de Relaciones Laborales.

Hasta aquí hemos hablado de empresas que han vivido ese cambio profundo, que han pasado de la rigidez a la flexibilidad. Pero el cambio es constante y ya estamos entrando en una nueva dimensión con la digitalización y la IV Revolución Industrial, con formas nuevas de organización del trabajo, que reclamarán también innovación y más cambios en el sindicalismo, como ha ido sucediendo en toda su historia desde sus inicios, cuando se estableció el concepto del trabajo como lo conocemos ahora.

Estamos ante una nueva Revolución Industrial, que es vista, como apunta casi textualmente la Confederación Europea de Sindicatos (CES), de formas muy distintas según colectivos, escuelas de pensamiento o intereses.

Unos, desde el entusiasmo rayando el pensamiento mágico, lo entienden como la gran solución a todos nuestros males, que sólo aportará beneficios en el ámbito industrial al posibilitar una economía con menos residuos, mejor uso de las instalaciones y unas nuevas infraestructuras de comunicación, información, conectividad y transparencia, así como la humanización de las condiciones de trabajo, conciliación laboral y personal o la seguridad en el trabajo. En definitiva un mundo más justo, sostenible e igualitario, basado en una Internet democratizadora.

Otras personas y colectivos, frente a este optimismo, desde el escepticismo, predicen un futuro muy distinto, con grandes pérdidas de empleo, con las y los trabajadores totalmente disponibles las 24 horas del día, los siete días de la semana y los doce meses del año. Ven un futuro cuya realidad estará marcada por el deterioro de las condiciones de trabajo, sin barreras entre la vida privada y profesional, un mayor control del trabajo y la profunda división entre unos empleos de alta cualificación bien retribuidos, y otros, por el contrario, precarios en todas sus condiciones.

Pero en lo que si hay total coincidencia, podemos ya afirmar sin riego de error, es que los cambios que se avecinan con la digitalización y la Industria 4.0 pueden ser de los más radicales de los vividos en las formas del trabajo y en las relaciones laborales, en la organización de empresa y en el conjunto de la sociedad.

En los foros especializados de los líderes de las grandes compañías multinacionales y de los reconocidos gurús de la gestión empresarial escuchamos que la empresa digitalizada se regirá por un sistema holocrático, donde no habrá jefes, en la que el poder estará en manos de cada trabajador que tendrá la máxima autonomía y estará organizado en pequeños equipos de profesionales especialistas de distintas disciplinas que desarrollarán los proyectos en función del cliente.  Que llegaremos al trabajo por la mañana y no encontraremos a un jefe que nos diga lo que se debe hacer,  porque el nuevo modelo de organización del trabajo estará basado en la responsabilidad y la máxima autonomía de los trabajadores, donde toda información de la empresa será conocida por todos y que, a diferencia de las organizaciones de arriba a abajo, en la empresa digital todo el mundo se convierte en líder de sus funciones con autoridad real y verdadera responsabilidad, con pleno gobierno de su trabajo, con transparencia.

Un perfil de empresa y organización del trabajo que pueden aproximarse a la realidad actual de algunas, muy pocas, compañías de la nueva economía digital. Pero la  generalidad es bastante menos  de “color rosa” que esas descripciones que se repiten en publicaciones y conferencias, que se formulan como ejemplo y paradigma del futuro de la nueva empresa llena de intraemprendedores, con sus mesas de ping pong en la oficina, la taza de café en la mano, con la visera de la gorra al revés y con el 20% de la jornada laboral flexible para innovar en aquello que le venga en gana a cada empleado.

Basta considerar una nueva empresa de la economía digital robotizada, admirada y alabada por su capacidad de innovación y liderazgo mundial en su sector. Me refiero a AMAZON, cuyo presidente fue elegido como el peor dirigente empresarial del mundo por la Confederación Sindical Internacional: (http://economia.elpais.com/economia/2014/05/22/actualidad/1400772145_884661.html) por su política de RRHH. Así lo describieron sus empleados en Alemania, donde están sometidos a ritmos de trabajo extenuantes en un ambiente carcelario como la expresión más extrema de una fábrica taylorista de principios de Siglo XX, pero digitalizada y con robots.

Como tampoco es muy  de "color de rosa" la realidad para esa nueva clase de trabajadores que surge en el entorno de la economía digital en la que en la red se subasta la contratación de trabajos, por ejemplo de codificador, y en la que pueden participar personas de la India o Australia en competencia con otras de España, Francia o Brasil etc. Personas que trabajaran sin regulación ni derechos laborales y por supuesto sin seguridad social. Un mundo del trabajo que se nos dibuja, junto a nuevas tecnologías del siglo XXI, una realidad laboral que bien podrían identificarse con el concepto más crudo del trabajo-mercancía del siglo XIX.

Pero más allá de especulaciones, ventajas e inconvenientes, lo que si sabemos es que estamos entrando en una nueva dimensión de las relaciones laborales. Que, de la misma forma que en la Primera Revolución Industrial, como afirmó Frederic Le Play (1806-1882), “el principal producto de la fábrica fue la clase trabajadora”, en la Cuarta Revolución quizás tendremos que afirmar que el principal producto ha sido la figura del “colaborador”, el “tú eres tu propia empresa”. O dicho de otra forma más prosaica, que habremos pasado “de la nómina a la factura”.

Sabemos también que hemos entrado en un nuevo modelo de producción basado en la fragmentación, donde la interconexión y superposición entre el productor-vendedor-consumidor; entre las industrias y los servicios, será total. Que vamos a vivir una profunda y radical reorganización en las formas de relacionarse las empresas, tanto hacia dentro como hacía fuera. Lo que el  sindicalismo en ninguno caso podrá obviar o desconocer.

Cambios y nuevas preguntas que reclaman del sindicalismo la búsqueda de nuevas respuestas. Muchas están ahí, como una materia prima sin extraer, en la práctica diaria de los sindicatos en las empresas. Están en las decenas de acuerdos y convenios colectivos que se negocian en la mayoría de los sectores de la producción y los servicios, y que merecerían más atención, valoración y estudio. Acuerdos que apuntan a nuevas formas de atender y representar las necesidades y los intereses de las y los trabajadores. Acuerdos que pasan desapercibidos, pero que son el buen resultado de la acción sindical, del sentido común y el pragmatismo, de decenas de militantes sindicales. Acuerdos que son el fruto de la innovación y de la negociación colectiva, y que nos siguen recordando que el sindicalismo, como ha sido durante siglos, aún tiene mucho que decir y aportar.  Y también, ahora más que nunca, mucho que estudiar, formar  y formarse.

Gracias por la atención.