viernes, 28 de agosto de 2015

Catalunya, sus dos mundos y el 27 - S

Que Catalunya y los catalanes somos especiales, es un hecho irrebatible, no solo, porque, como dijo Francesc Pujols (1882-1962) y repetía el pintor Salvador Dalí, ‘llegará un tiempo en el que los catalanes, por el solo hecho de serlo, iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado’, ni por el hecho que cada mes celebremos una efemérides o cada trimestre se afirme ‘que vivimos un nuevo acontecimiento histórico’. Ni tampoco porque tengamos tantas cosas que son más de lo que son, como el Barça más que un club, Montserrat más que una montaña, el Palau de la Música más que un auditorio, TV3 más que una televisión o La Caixa, mucho más que una entidad financiera. 

Somos tan especiales que dos importantes y muy respetables entidades, como Asamblea Nacional de Catalunya (ANC) y el Omniun Cultural, también son más de lo que son, aunque ambas juntas cuenten con menos de la mitad afiliados que cualquiera de los dos sindicatos, CCOO o UGT, en Catalunya. Así que cuando hablan o entran por la puerta de las instituciones, para algunos medios de comunicación y para las propias instituciones, son nada menos que la voz y la representación de la sociedad civil catalana.

Somos tan especiales que desde hace unos años convivimos dos mundos tan distintos que si los midiéramos por sus estados emocionales y sus percepciones, bien podrían parecer que habitan en galaxias distintas. Dos mundos, el independentista y el que no lo es, conviven sin prácticamente fricciones en la cotidianidad de la familia, del trabajo o de las amistades, algo que debe decirse y reconocer para acallar algunas las alarmas malintencionadas. Dos mundos diferentes, no porque cada uno de ellos pertenezca a diferentes estamentos y clases sociales o respondan a ideologías distintas, sino porque sienten urgencias y preocupaciones distintas dada su posición favorable o no a la independencia de Catalunya.

Por una parte, el mundo independentista, hipermovilizado y lleno de emociones, con la sensación de estar viviendo en plena y constante excitación colectiva. Un mundo formado por personas y colectivos que se sienten protagonistas de la historia pues han encontrado la explicación a sus males: más fácil que la tediosa lucha de clases o la confrontación de modelos económicos, sociales e ideológicos en los que se dividen las sociedades modernas y democráticas. Más fácil y movilizador, hoy, aquí, fuera de aquí y siempre a lo largo de la historia, por  haber encontrado la solución a estos males: un enemigo común.

Todos juntos movidos por la fuerza motriz del patriotismo: ricos y pobres, derechas e izquierdas, los  trabajadores y sus empresarios. Todos juntos, cargados de emociones sanas, nobles, llenos de ilusiones, viviendo en comunión ese momento trascendental de sentir un sueño, sobre el que gira y ha girado desde hace meses toda la vida social, mediática, política e institucional en Catalunya, como un circuito cerrado, retroalimentándose de sus propias redes sociales, de sus medios de comunicación, de sus imágenes, de sus noticias, de sus informes económicos, de su revisión de la historia, etc.  

Y en la otra cara de la luna, como en otra galaxia que está a años luz, el  otro mundo, la otra mitad, más o menos, de la sociedad catalana escéptica e incrédula que asiste distante a la excitación social que viven algunos de sus conciudadanos y la mayoría de las instituciones públicas catalanas. Ese otro mundo, el de catalanes y catalanas que viven con indiferencia las banderas esteladas en los balcones, en las rotondas o en el ayuntamiento de su pueblo o ciudad. Ciudadanos y ciudadanas que ni ven, ni oyen, ni leen los medios de comunicación independentista, que viven su cotidianidad ausentes de las efemérides y de esos grandes hechos históricos que dicen están sucediendo día a día. 

Dos mundos, que vivirán la próxima consulta electoral también de forma y movilización muy diferente, pues para el mundo independentista, estas elecciones son, también, más que unas elecciones: son un plebiscito y la última oportunidad, hasta la próxima,  para romper con el pasado y abrir la ventana a un nuevo amanecer. El 27 de septiembre para el mundo independentista es el primer paso para poner los cimientos de un nuevo estado independiente, dicen más justo y más moderno, más rico e  innovador, más social, más todo,

Por el contrario, para el no independentista menos movilizado, este 27 de Septiembre, es sólo, pero nada menos, el momento de evaluar la gestión del gobierno de Artur Mas y elegir quién gobernará y con qué políticas se gestionará la sanidad, la atención a las personas en situación de dependencia, el medio ambiente, la enseñanza, la vivienda, los derechos sociales, las políticas de igualdad, etc. 


Pero, lo más previsible, según sea el resultado electoral, en la noche del 27 de septiembre, es que una parte de la sociedad catalana podrá añadir una efeméride más a su particular calendario para seguir soñando, como puede soñar que está volando el que se tira del piso 90 antes de llegar al 2º piso. Para luego seguir, que no ha sido nada, hasta que llegue el famoso y anunciado choque de trenes. No vaya a suceder que se les joda el invento  porque al final fuera a triunfar la opción, que de verdad es muy mayoritaria en Catalunya (Metroscopia junio 2015), de una Catalunya formando parte de España reformada, pero con nuevas y garantizadas competencias, ya que Catalunya es mucho más, por suerte, que los intereses, en el fondo tan parecidos, que representan los señores Aznar y Mas.